El calor que hacía en pleno mes de agosto
era insoportable, pero aquel partido de pretemporada no podía disputarse a otra
hora, porque el campo municipal de la localidad carecía de iluminación, con lo
cual, de haberse retrasado la hora de comienzo, el final del partido lo
tendrían que haber disputado con un casco de esos de minero, que llevan una luz
incorporada para ver cuando descienden a la mina.
Ese mismo campo municipal que carecía de
luz artificial, hasta hace sólo un mes, también carecía de equipo que jugase en
él. Pero ese año, un grupo de jóvenes de la localidad decidieron formar un
equipo, con la ayuda de Rubén, un entusiasta del fútbol, que hacía poco tiempo
que se había sacado el carnet de entrenador y tenía ganas de comerse el mundo.
Nada impidió que ese equipo arrancase, ni siquiera se echaron atrás cuando no
tuvieron el apoyo del alcalde, que les dijo que podían hacer lo que quisiesen,
pero que no había dinero. Rubén decidió seguir adelante, él se hacía cargo de
todo, de buscar subvenciones, publicidad, socios, jugadores… Y así arrancó a
entrenar el equipo, que después de tan sólo dos entrenamientos, ya tenía el primer
partido de pretemporada. Cómo no, lo había conseguido Rubén, que tenía muy
buena relación con el entrenador del equipo rival . Ese primer partido lo
afrontaban con una mezcla de nerviosismo, ilusión y ganas de agradar.
En el pueblo, se corrió la voz de que lo
del equipo de fútbol iba en serio y Rubén animó a todos sus jugadores a que
trajeran a gente a jugar. Necesitaban jugadores, sobre todo para ese primer
partido, que sin apenas entrenamientos, no disfrutarían de un buen físico para
aguantarlo y los cambios serían fundamentales para salir con la cabeza bien
alta y fundamentalmente, que no se produjese una goleada que minara la moral
del grupo y echasen abajo todas las ilusiones depositadas en el equipo.
En el segundo entrenamiento apareció Luis,
un chaval de unos 20 años y más de 100 kilos de peso. Dijo que iba a entrenar
con ellos, que necesitaba que al menos le hiciese una prueba. Aquello no salió
bien, en ese entrenamiento no podía moverse, hacía mucho calor y casi no tocó
la pelota. Era muy difícil para él aguantar el ritmo del resto del grupo.
Durante uno de los ejercicios, Rubén llamó a David, uno de los mejores
jugadores y con el que más confianza tenía. Le preguntó: “¿Pero qué me habéis
traído aquí? Dije que necesitábamos jugadores, pero no a cualquiera. Que no
puede moverse. Va a sufrir él y voy a sufrir yo cuando tenga que decirle que no
puede seguir con nosotros”. David le contestó: “Soy yo el culpable de que haya
venido, dale una oportunidad, tiene un disparo con la zurda magnífico y juega
muy bien de espaldas a la portería. Es muy inteligente y en los partidos sabe
desenvolverse y sacar beneficio de cualquier situación.” Rubén confiaba mucho
en David y decidió tener paciencia con aquel chico, aunque también le pidió que
tenía que hacer sacrificios y bajar mucho el peso. David sólo le dijo: ”Está en
ello. Ya ha perdido bastante peso y yo creo que haciendo deporte con nosotros,
poco a poco lo logrará”.
Rubén estuvo la noche anterior al partido
pensando cada detalle, cada jugada, la alineación, los cambios, las jugadas de
estrategia…y en ninguno de sus pensamientos, salía Luis. Decidió que si se
ponía en forma, con el tiempo iría entrando en el equipo, pero por el momento
no contaría con él. Pensó que así mermaría la moral del chico que acabaría
dejándolo sin necesidad de tener que comunicárselo él personalmente. Aun así,
tuvo un momento de duda, cuando ya en el vestuario lo vio con su par de botas
recién compradas y pensó que si no iba mal del todo el partido, lo sacaría unos
minutos. Pero esas dudas desaparecieron cuando lo vio salir a calentar con la
camiseta del equipo y casi no le entraba, le quedaba tan ajustada como un
maillot de ciclista.
Con el comienzo del partido, Rubén
advirtió a los que estaban en el banquillo que cuando el balón saliese fuera
del campo, cada vez iba uno a buscarlo. Que lo echaran a suerte o como les
diera la gana, pero que no podía perderse ningún balón. No tenían más balones
ni dinero para comprarlos. El partido transcurría, los goles llegaban, los
cambios también… Y Rubén no estaba por la labor ni tan siquiera de hacer
calentar a Luis. Quedaban tan sólo 15 minutos y allí estaba el chico recostado
en el banquillo, deseando que su entrenador lo llamara para poder así por fin
estrenar sus botas. Fue entonces cuando un disparo de un jugador rival alejó el
balón con el que se estaba jugando fuera del campo. Rubén envió otro para que
el juego continuase y miró al banquillo, donde ya no quedaban suplentes para ir
a buscar la pelota, sólo estaba Luis. Y a Rubén le pareció una falta de respeto
ordenarle ir a por el balón cuando no contaba para él. Y Luis no hizo ni un
movimiento de salir a buscarlo. Así que Rubén salió corriendo a por la pelota.
En ese momento Luis lo vio salir del campo y se le abrieron los ojos. Se
levantó rápidamente y se dirigió a la banda. Esperó a que el juego estuviera
parado y en ese momento llamó al árbitro. Le gritó: “¡Árbitro, cambio!” Eligió
a uno de sus compañeros y lo llamó:”¡Kike!”. El chico se retiró del terreno de
juego y Luis entró en él. Todo parecía normal. Un cambio normal. Nadie se dio
cuenta hasta que segundos más tarde entró Rubén en el recinto, con el balón que
había ido a buscar debajo del brazo y se percató de lo que había sucedido. Quiso
volver a quitarlo, pero ya no tenía más cambios. Toda su rabia la descargó
gritando y preguntando sin recibir respuesta:”¿ Pero quién ha puesto a ese?”.
Segundos más tarde, se calmó. Vio que ya no tenía solución y decidió sacar una
visión positiva de aquello. Supo entonces que David llevaba razón. Que si
perdía peso y no le engañaba en su magnífico disparo con la zurda y su juego de
espaldas a la portería, aquel chico tenía madera, porque era cierto tal y como
apuntó David que era inteligente y que en los partidos sabe desenvolverse y
sacar beneficio de cualquier situación.