martes, 31 de enero de 2017

UN DEPORTE PARA LISTOS



     El calor que hacía en pleno mes de agosto era insoportable, pero aquel partido de pretemporada no podía disputarse a otra hora, porque el campo municipal de la localidad carecía de iluminación, con lo cual, de haberse retrasado la hora de comienzo, el final del partido lo tendrían que haber disputado con un casco de esos de minero, que llevan una luz incorporada para ver cuando descienden a la mina.
     Ese mismo campo municipal que carecía de luz artificial, hasta hace sólo un mes, también carecía de equipo que jugase en él. Pero ese año, un grupo de jóvenes de la localidad decidieron formar un equipo, con la ayuda de Rubén, un entusiasta del fútbol, que hacía poco tiempo que se había sacado el carnet de entrenador y tenía ganas de comerse el mundo. Nada impidió que ese equipo arrancase, ni siquiera se echaron atrás cuando no tuvieron el apoyo del alcalde, que les dijo que podían hacer lo que quisiesen, pero que no había dinero. Rubén decidió seguir adelante, él se hacía cargo de todo, de buscar subvenciones, publicidad, socios, jugadores… Y así arrancó a entrenar el equipo, que después de tan sólo dos entrenamientos, ya tenía el primer partido de pretemporada. Cómo no, lo había conseguido Rubén, que tenía muy buena relación con el entrenador del equipo rival . Ese primer partido lo afrontaban con una mezcla de nerviosismo, ilusión y ganas de agradar.
     En el pueblo, se corrió la voz de que lo del equipo de fútbol iba en serio y Rubén animó a todos sus jugadores a que trajeran a gente a jugar. Necesitaban jugadores, sobre todo para ese primer partido, que sin apenas entrenamientos, no disfrutarían de un buen físico para aguantarlo y los cambios serían fundamentales para salir con la cabeza bien alta y fundamentalmente, que no se produjese una goleada que minara la moral del grupo y echasen abajo todas las ilusiones depositadas en el equipo.
     En el segundo entrenamiento apareció Luis, un chaval de unos 20 años y más de 100 kilos de peso. Dijo que iba a entrenar con ellos, que necesitaba que al menos le hiciese una prueba. Aquello no salió bien, en ese entrenamiento no podía moverse, hacía mucho calor y casi no tocó la pelota. Era muy difícil para él aguantar el ritmo del resto del grupo. Durante uno de los ejercicios, Rubén llamó a David, uno de los mejores jugadores y con el que más confianza tenía. Le preguntó: “¿Pero qué me habéis traído aquí? Dije que necesitábamos jugadores, pero no a cualquiera. Que no puede moverse. Va a sufrir él y voy a sufrir yo cuando tenga que decirle que no puede seguir con nosotros”. David le contestó: “Soy yo el culpable de que haya venido, dale una oportunidad, tiene un disparo con la zurda magnífico y juega muy bien de espaldas a la portería. Es muy inteligente y en los partidos sabe desenvolverse y sacar beneficio de cualquier situación.” Rubén confiaba mucho en David y decidió tener paciencia con aquel chico, aunque también le pidió que tenía que hacer sacrificios y bajar mucho el peso. David sólo le dijo: ”Está en ello. Ya ha perdido bastante peso y yo creo que haciendo deporte con nosotros, poco a poco lo logrará”.
     Rubén estuvo la noche anterior al partido pensando cada detalle, cada jugada, la alineación, los cambios, las jugadas de estrategia…y en ninguno de sus pensamientos, salía Luis. Decidió que si se ponía en forma, con el tiempo iría entrando en el equipo, pero por el momento no contaría con él. Pensó que así mermaría la moral del chico que acabaría dejándolo sin necesidad de tener que comunicárselo él personalmente. Aun así, tuvo un momento de duda, cuando ya en el vestuario lo vio con su par de botas recién compradas y pensó que si no iba mal del todo el partido, lo sacaría unos minutos. Pero esas dudas desaparecieron cuando lo vio salir a calentar con la camiseta del equipo y casi no le entraba, le quedaba tan ajustada como un maillot de ciclista.
     Con el comienzo del partido, Rubén advirtió a los que estaban en el banquillo que cuando el balón saliese fuera del campo, cada vez iba uno a buscarlo. Que lo echaran a suerte o como les diera la gana, pero que no podía perderse ningún balón. No tenían más balones ni dinero para comprarlos. El partido transcurría, los goles llegaban, los cambios también… Y Rubén no estaba por la labor ni tan siquiera de hacer calentar a Luis. Quedaban tan sólo 15 minutos y allí estaba el chico recostado en el banquillo, deseando que su entrenador lo llamara para poder así por fin estrenar sus botas. Fue entonces cuando un disparo de un jugador rival alejó el balón con el que se estaba jugando fuera del campo. Rubén envió otro para que el juego continuase y miró al banquillo, donde ya no quedaban suplentes para ir a buscar la pelota, sólo estaba Luis. Y a Rubén le pareció una falta de respeto ordenarle ir a por el balón cuando no contaba para él. Y Luis no hizo ni un movimiento de salir a buscarlo. Así que Rubén salió corriendo a por la pelota. En ese momento Luis lo vio salir del campo y se le abrieron los ojos. Se levantó rápidamente y se dirigió a la banda. Esperó a que el juego estuviera parado y en ese momento llamó al árbitro. Le gritó: “¡Árbitro, cambio!” Eligió a uno de sus compañeros y lo llamó:”¡Kike!”. El chico se retiró del terreno de juego y Luis entró en él. Todo parecía normal. Un cambio normal. Nadie se dio cuenta hasta que segundos más tarde entró Rubén en el recinto, con el balón que había ido a buscar debajo del brazo y se percató de lo que había sucedido. Quiso volver a quitarlo, pero ya no tenía más cambios. Toda su rabia la descargó gritando y preguntando sin recibir respuesta:”¿ Pero quién ha puesto a ese?”. Segundos más tarde, se calmó. Vio que ya no tenía solución y decidió sacar una visión positiva de aquello. Supo entonces que David llevaba razón. Que si perdía peso y no le engañaba en su magnífico disparo con la zurda y su juego de espaldas a la portería, aquel chico tenía madera, porque era cierto tal y como apuntó David que era inteligente y que en los partidos sabe desenvolverse y sacar beneficio de cualquier situación.  

jueves, 2 de enero de 2014

EL GORDO DE NAVIDAD


    Hacía pocos minutos que sonaba de fondo en la vieja radio del Casino de las Escaleras, las voces de los niños de San Ildefonso. Fue entonces cuando Rosario salió por fin de la cocina, en cuanto tuvo tiempo de levantar a sus nietos, lavarlos, peinarlos y prepararles el desayuno que, un día más, no acabaría del todo su nieta del mismo nombre, ya que se le echaba la hora encima para coger el autobús y la leche seguía igual de caliente… le gustaba calentar al máximo los vasos de leche que preparaba, para combatir el frío que en esas fechas ya hacía en el pueblo…esa era la excusa que ponía cuando le decía su nieta que por qué calentaba tanto la leche, que luego no le daba tiempo a acabársela. Pero realmente era porque a ella le gustaba así, ardiendo al máximo… porque en verano seguía haciéndolo y ya en esa época no era necesario calentar tanto la leche para tener el cuerpo caliente…
    Así que volvió a regañar a Rosario cuando la vio salir corriendo hacia la parada del autobús que la llevaría al instituto. Tenía prisa puesto que era el día que entregaban las notas y estaba ansiosa de ver una vez más su magnífico expediente. El mismo que se repetía año tras año y que la ha llevado a ser una excelente doctora.
    Jacinto ya pudo empezar a preparar todas las tareas que debía hacer durante la mañana y dejó de encargada de la barra del bar a su esposa Rosario, que tras recoger todos los trastos que habían dejado sus tres nietos en la cocina, le tocaba hacer cafés hasta que llegara Jacinto. Este día no podría vivir el sorteo de Navidad como a él le gustaba, poniendo sobre la mesa los números que había comprado y apuntando en un papel que preparaba al lado todos los premios que se iban cantando.
    Todo el mundo allí presente seguía el sorteo, aunque de modo disimulado, como siempre, a nadie le gusta manifestar que vive con esperanza e ilusión ese sorteo, para que luego la decepción no se haga tan evidente.  La rutina de las voces de fondo la iba rompiendo cada cliente que iba pasando por el bar para tomar café. Alguno contaba que la Navidad para él comenzaba después del sorteo, ya que si le tocaba algo, la vivía de un modo distinto a como la iba a vivir si seguía siendo igual de pobre.
    Aquellas eran unas Navidades humildes, era otra época, con menos medios, menos luces, menos ostentación, menos sabores de turrones y polvorones… no existía el turrón sin azúcar. Pero se vivía con más unión, más amor… sobre todo Rosario, que además de su cumpleaños, que era el 24 de Diciembre, lo que más ilusión le hacía era que reunía a toda la familia.
   Por allí seguían desfilando los clientes y Rosario no paraba de hacer cafés, tostadas, bocadillos… mientras cada uno contaba sus anécdotas de cuando estuvo a punto de tocarle uno de los premios gordos, o lo que acabarían diciendo todos en cuanto terminase el sorteo : “salud que tengamos”. A Rosario le gustaba contar lo que haría si le tocase el premio gordo. Siempre decía que no se podía imaginar cuánto era todo ese dinero junto, así que con el décimo premiado, iría al banco y le diría al director: “Ponga encima de la mesa todo el dinero, que quiero ver cuánto es. Yo le prometo a usted que no lo toco, que sólo quiero verlo encima de una mesa”.
    Los premios iban saliendo y poco a poco se apagaban los ánimos y las ilusiones de todos y eso hacía que el mal humor se fuese apoderando de más de uno… eso y la voz de Don Obdulio, que como siempre sobresalía de entre todas, era el típico charlatán que habla de todo, que sabe de todo y que además, lo dice en voz alta para que el resto sepa todo lo que sabe… cuando lo que él no sabía es que a todos les caía mal porque en realidad no sabía de nada. Y pretendía ganarse el cariño de la gente invitando a todo el mundo.
    Ya hacía un par de semanas que Rosario había advertido a Jacinto de que la cuenta de Don Obdulio iba subiendo y que no pagaba nunca. Jacinto no encontraba el momento de decírselo, al fin y al cabo, era un cliente y tampoco quería que se molestase por reclamarle el dinero. Pero Rosario tenía más carácter y a pesar de su baja estatura no se achicaba ante nada ni nadie, hacía lo posible y lo imposible por defender lo suyo…a los suyos.
     Así que entre la rutina de los niños sonando en la radio de fondo, los premios que no salían, las anécdotas que cada uno contaba, la gente que no paraba de entrar, salir, pedir… y la voz de Don Obdulio sin dejar de meterse en los oídos de Rosario, hacían que el mal humor aumentase y fue entonces cuando al ir a pagar su almuerzo Juan el Herrero, Don Obdulio se anticipó gritándole desde el otro lado de la barra a Rosario :”No Rosario, eso es mío”. Así es como le gustaba avisar a todos los allí presentes que invitaba a alguien. Y a Rosario no le quedó más remedio que gritarle para que la oyesen también todos y pudieran compartir las risas que aliviasen el mal humor: “Eso, de quien es, es mío”

A Rosario Fernández, “la abuela pequeña”, por tantas anécdotas…por su grandeza.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

APARIENCIAS

    Quizá fuese el cansancio lo que no me permitió darme cuenta o valorar otras posibles soluciones, pero arrastraba, además de una maleta en cada mano, mochila a la espalda y dos bolsos entrecruzados, más de 24 horas de autobús. No es que la solución elegida fuese errónea, pero eso es lo que me vino a la cabeza en ese instante y lo que decidí hacer.
 
    El caso es que todo empezaba de forma diferente a como lo había pensado. Tenía un perfecto plan en mí cabeza, que incluso lo había imaginado. Era lo más lógico, sencillo. En cuanto llegara a Nantes, con el autobús, allí habría varios taxis para dirigirme a la residencia Casterneau, que es donde había reservado plaza, tenía el número de teléfono de los taxis de Nantes, por si en ese momento no había ninguno libre e incluso el nombre con la dirección de la residencia escrito en un papel con letras mayúsculas y en grande, no sea que el taxista no entendiera mi limitada pronunciación.

    Pero como ya he dicho, nada era como había imaginado. Ni estación, ni taxis, ni cabina cerca para llamar a uno de ellos y de haberla encontrado, tampoco podría haber hecho uso de ella ya que todas las cabinas funcionaban con tarjeta y yo no disponía de ninguna para poder llamar ni había ningún sitio abierto (malditos domingos) para poder adquirir una de ellas. Sí disponía de una bolsita con muchas monedas que me había dado mi madre precisamente para eso, para poder llamarla  por teléfono desde una cabina. Y es que nada sucedía como previamente había imaginado.

    No fue mala decisión observar la parada del tranvía y ver como hacia un lado subía mucha gente y hacia el otro nadie, así que tomé la dirección que tomaba más gente, suponiendo que un domingo a las 17:00 horas la gente va hacia el centro. Un par de paradas más adelante observé varios taxis juntos y en cuanto paró el tranvía, hacia allí me dirigí. Hasta en el sexo del taxista erró mi imaginación, no era un taxista, era una taxista. En lo que no fallé es en mi fluidez con el idioma: no entendía la dirección que le decía, así que saqué el papelito con el nombre de la calle escrito en mayúsculas y sonrió.

    El siguiente contratiempo tuvo lugar en la recepción, donde un argelino me atendió tan amablemente como si ya supiera que durante esos meses de estancia allí íbamos a ser tan amigos, y no había ni un sólo amigo suyo que me presentara sin que le contase la anécdota del día en que nos conocimos. Cómo se reía cada vez que recordaba que cada frase que me decía, yo le rogaba que por favor, la repitiera más lentamente y que cuando ya accedió a darme una habitación me insistió, para que quedase bien claro, que debía estar en esa puerta que me señalaba ( la oficina del director) a las 8 del día siguiente, puesto que él no estaba autorizado a entregar una habitación a nadie sin el permiso del director. Lo que no puede casi ni contar cuando lo recuerda debido a que la risa no le permite enlazar las frases, es cuando saqué de mi mochila un diccionario para asegurarme de que lo que iba a preguntar iba a ser entendido. Le señalé la palabra "ascensor" para poder subir aquel montón de maletas que venían conmigo a la tercera planta que es donde me asignó mi dormitorio. Me dijo que no había ascensor en la residencia, con una sonrisa en la boca que supuse que se convertiría en carcajada y motivo de mofa entre el resto de la gente que se hallaba a su lado cuando me di la vuelta y enfilé el camino de las escaleras.

    Fue la primera vez que me crucé con aquella chica con patines, alta, delgada, rubia,de piel muy blanca y ojos claros, que además de tener pinta de ser natural de allí, llevaba en los oídos unos auriculares cantando en voz alta una canción en francés.

    Ya en la habitación y tras ordenar un poco la ropa, siguieron los desmentidos a mi imaginación. En una residencia con más de 500 habitaciones, suponía que algún español habría. Pero...¿dónde? Necesitaba saber muchas cosas, el funcionamiento de la residencia, cómo llegar al día siguiente a la Facultad y lo más importante, adquirir una tarjeta para poder llamar por teléfono a mi familia y decirles que había llegado y estaba bien. Así que escribí en un papel: "por favor, ¿me puedes dar el número de habitación de más españoles?" Escrito, seguro que lo entendía, porque ya había quedado claro en nuestra anterior conversación que entender mi francés, no lo entendía. Eso hice y él, nuevamente muy amable, me dío alrededor de 15 números de habitaciones donde se alojaban españoles. Antes de dirigirme a esas habitaciones, volví a cruzarme con aquella chica en patines que debido a la fina lluvia que caía en esos momentos afuera, tan característica de la ciudad como el río Loira que recorre sus calles, decidió quedarse patinando por los pasillos de la residencia, mientras seguía escuchando su música.

    Me pasé toda la tarde yendo de habitación en habitación, tocando cada una de las puertas donde el recepcionista me había indicado que se alojaban españoles y me encontraba siempre lo mismo, no había nadie. Y en cada uno de esos viajes de arriba a abajo y vuelta a mi habitación para seguir deshaciendo la maleta, rara vez no me cruzaba con la chica de los patines. Estaba casi desesperado y dispuesto a reclamar al chico que me había dado mal los números de habitación, que me diera otros, pero me frenaba el hecho de que no me iba a entender y que no me iba a servir de nada. Poco después descubrí que no estaban mal los números, que esa tarde aburrida de domingo, habían decidido ir todos juntos al cine. Así que mi solución era insistir, antes o después, pasaría como había pensado, que al llegar a la residencia  habría más españoles con los que poder empezar a desenvolverme.

    Y fue en uno de esos viajes por las escaleras, cuando en la cocina de uno de los pasillos, escuché una conversación que entendía, porque en tantos viajes a lo largo de la tarde, no era el primer diálogo que escuchaba, pero ese era el primero que entendía, así que me aproximé más, lentamente, para asegurarme y que todo no fuera fruto de mi imaginación ni de mis ganas por oír a alguien que hablara la misma lengua que yo. Y cada vez los oía mejor...y cada vez más claro...y cada vez me aseguraba más. Y cuando ya estuve plenamente convencido, me decidí a entrar a la habitación. Entré yo acompañado de mi desesperación y eso fue lo que me hizo no saludar, ni presentarme ni ser educado. Allí me encontré a la chica de los patines, ya sin ellos y sin su música en los auriculares acompañada de su hermano Joel, un gran tipo al que le faltaba tiempo para ayudar en lo que necesitases. Casi les asusté con mi pregunta:"¡ ¿Sois españoles?!" El mundo se me cayó encima cuando recibí un no por respuesta. Tan sólo un segundo después, me vine arriba cuando Fany contestó: "Somos colombianos ¿Necesitas ayuda?".

    Se puede decir que a partir de ahí empecé a caminar en aquella maravillosa aventura. Con la convicción de que nunca más me dejaría llevar por las apariencias. Aquella chica no era francesa y me podría haber ayudado desde el primer momento en que la vi...

    Durante el año, bromeamos varias veces sobre aquel encuentro y siempre me intenté justificar diciendo que yo la oía con su música, cantando en francés y que por eso supuse que era francesa. Ella siempre me contestaba lo mismo: "cada uno, practica el idioma como quiere".  

sábado, 16 de noviembre de 2013

MEDALLAS

    Debía ser un acto muy importante,o al menos eso pensé yo cuando todo el mundo hacía más de un mes que hablaba de él. Lo cierto es que yo no alcanzaba a saber por qué, ya que a la mayoría de personalidades que iban a acudir no las conocía y a las personas famosas que iban a estar en el acto que sí que conocía, para mí no eran tan importantes porque las veía durante toda la semana y eso restaba valor  e importancia a su presencia. Digamos que para mí hubiera sido mucho más atractivo que ese día, en que mi madre se empeñó en que no fuera vestido de chándal, me peinó y me embadurnó de colonia Nenuco, hubiera estado acompañándonos algún jugador de los que idolatraba de la selección española y no el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, del que mi padre dijo que había sido un jugador muy importante y que días después no paró hasta dar con alguna imagen en la que saliera vestido de futbolista,  cuando era una estrella del Athlétic de Bilbao, para corroborarlo y así convencerme de que aquel acto era importante.

    A mí sólo me llamó la atención de aquel señor trajeado el hecho de que fuera el máximo responsable del fútbol en nuestro país y que ni una sola vez hubiera sido capaz de pronunciar de forma correcta durante su discurso el nombre del deporte que le otorgaba un cargo del que sigue disfrutando en la actualidad, nada menos que 25 años después... "Fúrbol", se empeñaba en decir una y otra vez. Y lo sigue haciendo.
Durante esos días en los que empezaba a dar las primeras patadas al balón, estuve dándole vueltas a la cabeza por este hecho de pronunciar incorrectamente palabras. Me refiero a si eso tenía algo que ver con la condición de ser alguien importante en el fútbol y es que por aquel entonces, a los más pequeños de la recién inaugurada Escuela de Fútbol y por la que se había celebrado aquel acto, para darle oficialidad a ella, repartir ropa de entrenamiento y bolsas con el escudo de la Federación en donde mi padre me ilustró perfectamente por qué era eso del nombre de "real" y no era por otra cosa que porque en el escudo llevaba una corona que le otorgaba el título de real, nos dirigía Neme, que también era entrenador del primer equipo y siendo más joven había sido un destacado jugador del club. No recuerdo cuánto aprendí de aquel primer entrenador que tuve, pero sí recuerdo con toda nitidez lo mal que se expresaba:"veros pallí", "susestais quietos"...y demás perlas como éstas, son las que nos regalaba cada tarde y eso hizo que en mi cabeza rondara la idea de que ser importante en el fútbol y hablar mal guardaban una estrecha relación.Y más cuando tras ponerme a indagar en el tema, a más de uno oía decir que los futbolistas eran todos unos incultos. Fue mi padre el que me apartó de la idea poniéndome ejemplos como el de Pirri, que había sido jugador del Real Madrid y que ahora era médico, o Corbalán que compartía con este último profesión, aunque fuera en el deporte de la canasta donde destacó. Quizá no me faltara razón en mi planteamiento de niño y puede que hace poco mi amigo Carlos Rosellón me lo explicara de la mejor manera posible diciéndome que en este deporte, como nadie se lee ni un libro, el que se ha leído tres ya lo llevan a lo más alto y hablan de él como un intelectual.

    El caso es que me encontraba allí sentado al lado de todos mis compañeros de equipo esperando impaciente que fuera el turno de subir al escenario junto con nuestro entrenador para recoger nuestra bolsa de deporte (con el escudo de la Federación) y toda la ropa de entrenamiento que nos iban a regalar, que era lo que realmente nos hacía ilusión del acto, cuando justo antes de que me atrapara el aburrimiento por aquellos discursos que decían lo mismo, acerca de la importancia de hacer deporte, el compañerismo, los valores de la deportividad...subidas y bajadas del escenario de las personas importantes que habían montado todo aquello y que recogían su placa donde pondría algo como:"en reconocimiento a su labor..." decían unas palabras y estrechaban la mano de los señores con traje mientras el público asistente aplaudía... fue entonces cuando el acto cobró importancia y emotividad para mí. El director de la escuela cogió el micrófono y se puso a describir a la persona que iba a ser la siguiente en recoger la placa. Habló de esa persona como la más importante de aquella escuela, la que estaba al lado de los niños en el campo de entrenamiento sin horarios, sin prisa por irse a su casa, la que hacía que el césped estuviera bien cuidado, la ropa siempre a punto, que se preocupaba porque nunca se perdiese ningún balón, que siempre estuvieran bien inflados, que cuidaba de los vestuarios, que estuviesen siempre limpios, siempre bien cuidados y que nos hacía a todos y cada uno de nosotros cuidarlos, esa persona a la que los niños adoraban, que conocía el nombre de cada uno de ellos (éramos más de cien) y que no le importaba cargar el coche de niños para acercarlos a sus casas cuando llovía aunque algún policía lo regañara alguna que otra vez por llevar el coche cargado de ocupantes más de lo permitido. Me hizo una tremenda ilusión imaginármelo subiendo ahí al escenario para recoger su placa, arreglado para la ocasión,con traje, sin alguno de sus chándals, sin su gorra o sin su gorro de lana cuando el frío apretaba...y eso si, llevándose la mayor de las ovaciones.

    Pero no fue así, lo que aconteció fue una de las mayores decepciones que recuerdo y es que el director no pronunció el nombre de Cano sino el de alguien que la mayoría de nosotros no conocíamos y que mi padre dijo que era el presidente de la Federación Castellano-Manchega de fútbol. De éste no puedo recordar si pronunciaba correctamente la palabra "fútbol" porque estaba tan sumamente contrariado que ni escuché lo que decía.

    Todo esto me lo callé para mí, no fuera que me tomaran por tonto al pensar que le iban a dar una placa de reconocimiento a Cano, pero al día siguiente pude comprobar que no era el único que lo pensaba ya que al pasar Cano al lado del grupo de los mayores, éstos bromeaban con él diciendo que estaba ya levantado allí en el salón de actos para subir a recoger su placa y tuvo que darse la vuelta disimuladamente al ver que no era para él...él mientras se defendía diciendo que él no estaba allí, que a él esas cosas no le gustaban y que él estaba en el campo, que si llega a ir al acto, a ver quién iba a lavar la ropa del primer equipo para que estuviese por la mañana a punto para llevársela de viaje...
Me sentí aliviado a la vez que cargado de razón por no ser el único en saber que esa placa era para él...o al menos ese señor al que había descrito el director era Cano y no el que subió a recogerla.

    Años más tarde todos recordamos a Cano, nos seguimos preguntando si realmente tenía un problema de sordera o hacía como que no nos escuchaba cuando le pedíamos algo todos a la vez. Recordamos perfectamente cómo paró un partido porque el portero del equipo rival trazó con el pie una raya desde el centro de la portería hasta el área para situarse y se estaba cargando el césped...o también cuando guardaba parte de los balones nuevos que se compraban para que duraran todo el año y ya por el mes de marzo, cuando accedía a sacarlos, nos decía que si los hubiese sacado en septiembre, cuando se compraron,ya estarían todos rotos y tampoco disfrutaríamos de ellos.

    Era demasiado niño y ya comprendí que las medallas y placas que te otorgan para reconocerte algo, no se recogen físicamente, las verdaderas placas son las que 25 años después, tras salir de una comida con varios integrantes de aquel grupo de niños que estaban impacientes esperando a que les regalaran su bolsa de deporte y a los que seguramente sus madres habían perfumado también con Nenuco, nos tropezamos por casualidad con Cano y lo invitamos a tomar café con nosotros mientras le confesábamos que siempre que quedamos todos, hablamos de él, nos acordamos de él, de muchas anécdotas compartidas. Y fue ahí cuando recogió su placa, esa placa que se llevó un señor con traje y del que ninguno de nosotros logra acordarse de su nombre.

miércoles, 23 de octubre de 2013

PRUEBA A PONERTE EN LAMPEDUSA

    Han pasado poco más de tres semanas desde la terrible tragedia ocurrida en Lampedusa y tras el horrible suceso que a todos nos hizo que se nos encogiera el alma(o eso creía yo),la vida no deja de sorprendernos y en estos días posteriores,he descubierto cómo ciertos comentarios y hechos acaecidos me hacen estremecerme mucho más.

     Hablamos de Lampedusa pero apenas una semana más tarde ocurrió en Malta otra tragedia parecida y hoy mismo de nuevo en Malta,algo habitual si tenemos en cuenta que en el primer semestre de este año,son ya más de 34500 inmigrantes ilegales los que llegan a las costas de la Unión Europea.Por cierto,los inmigrantes ilegales son PERSONAS y me gusta remarcarlo porque por lo que he podido comprobar, a más de uno se le ha olvidado...o simplemente le da igual.No me voy a detener en dar los datos pertinentes de la gente que iba en aquella embarcación,cuántos murieron o cuántos eran niños,porque como dice la genial escritora María José Sánchez Alegría, a propósito de este drama en el título del fantástico artículo que escribió no hace muchos días: " Jamás me gustaron los números y esta semana menos aún".

     La primera razón de que haya quedado estos días tan decepcionado con el género humano tuvo que ver con un comentario:"Por lo menos ha servido para saber dónde está Lampedusa" y además tras decirlo sonreía y miraba a los que estaban a su lado en la barra del bar para que le rieran la gracia.Lo peor es que nadie le dijo nada y hubo más de uno que le sonrió.Continúo con mi decepción...de esto es mejor no hacer ningún tipo de comentario más.

     Otro punto que me ha tenido bastante pensativo ha sido lo de la famosa "Ley Bossi Fini",de la que la mayoría de la gente no había oído hablar y de la que se ha hablado mucho en éstos días.Es una ley racista donde las haya.Pero hay un punto en la ley que es la que me hace pensar debido a que muchos pescadores no prestan ayuda a inmigrantes(PERSONAS) que lo necesitan por temor a ser sancionadas a causa de uno de los puntos que recoge esta ley. ¿Cómo pueden no ayudar a alguien que se está ahogando? ¿y cómo se hace eso? Me refiero a saber que es inmigrante ilegal.¿Le pregunta a la persona mientras se está ahogando?¿Se fía de su palabra?¿Se le pide el pasaporte?¿el permiso de residencia? No es ninguna broma lo que estoy diciendo,porque hay que recordar que en Italia,en su selección de fútbol juega Balotelli,un alocado jugador(tan alocado como buen futbolista)de color.Al verlo en el mar,alguien diría "hay un negrito ahogándose,pero no le presto ayuda porque puedo ser sancionado..." Y resulta que es italiano como él.Sé que muchos diréis que la situación que estoy narrando es una tontería,pero resulta que puede ser real.Recuerdo cómo este verano el futbolista argentino Gonzalo Higuaín tuvo un percance en su yate y se accidentó y tuvo que ser rescatado del agua. Vuelvo a insistir en el asunto ¿Cómo se hace eso? ¿Cómo no salvas a alguien pudiéndolo hacer? Me dicen que es habitual que ocurra.

     Y llegados a este punto,lo veo hasta normal que haya gente que no ampare a alguien en el mar sólo porque es inmigrante.Lo veo normal porque hay gente capaz de hacer comentarios como el que antes he puesto y a eso se añade gente que le ríe la gracia.

     "Que no vengan y que se queden en su país",comentarios de este tipo se han sucedido en estos días.Alguno hay sensato que intenta explicar que los españoles hubo un tiempo que tuvimos que salir en masa a buscarnos la vida.Ahora ha vuelto esta situación,aunque ahora es más fácil,porque puedes ir a cualquier país de la unión europea a trabajar,pero en aquel tiempo al que me estoy refiriendo,eras también un inmigrante ilegal.Pero es que siguen diciendo la excusa de siempre,que los españoles cuando íbamos a Francia o Alemania íbamos con el contrato de trabajo.Una mentira que de tanto repetirse ha acabado por creerse como verdad.Yo he conocido a gente que fue a Francia sin contrato de trabajo y llegué a pensar que era el único hasta que hace unos meses Jordi Évole demostró en su magnífico programa "Salvados" que fueron muchos,muchísimos. Lo que intento decir con esto es que no somos distintos a nadie.Una vez escuché a alguien decir que la primera obligación que tiene un preso en la cárcel es intentar escapar de ella.Lograr la libertad. Parecido pasa con éstas personas,así como la libertad es un derecho,también lo es escapar del hambre,la miseria e intentar conseguir un futuro para ti y los tuyos.Hay que recordar un dato más de Lampesusa y es que se sospecha que cada integrante de aquella embarcación pagó 1600 euros por persona por subir en ella. Algunos iban padre,madre y dos niños...más de 6000 euros en algunos casos.No me quiero imaginar lo que han tenido que sufrir para poder conseguir ese dinero,venderlo todo,dejarlo todo... y es en eso en lo que no nos diferenciamos de ellos,por mucho que algunos nos quieran contar que si no es con contrato no se iban a otros países. Porque si estuviésemos en su misma situación,sin esperanza,sin futuro,sin nada que darle de comer a tus hijos y rodeado de hambre y miseria,ya no voy a hablar de aquellos que defienden lo del contrato,hablo por mi y puedo asegurar que iría donde fuera para salir adelante,sin pensar en si al llegar voy a tener los papeles en regla.

     Desde muy pequeño me enseñaron que hay que ser solidario y lo mejor para eso es ponerse en el lugar del otro."Ponte en su lugar" me decían para así intentar comprender al otro.Por eso a más de uno sólo le diría "Prueba a ponerte en Lampedusa.